Beatus ille qui procul negotiis,[…] forumque vitat et superba civium potentiorum limina
O sea: Dichoso aquél que lejos de los negocios[…] evita el foro y los soberbios palacios de los ciudadanos poderosos. Como se puede ver fácilmente, para ser feliz no hay que tener un camión como cantaban Loquillo y Los Trogloditas lo que hay que hacer es evitar algunas cosas, pero, con frecuencia resulta ser esta una pretensión harto difícil de cumplir por cuanto son muchas las malas influencias a que nos vemos sometidos. La más perniciosa, sin duda, es la TDT.
Primero tuvimos una televisión, que era La Televisión, sin más. Luego llegó la Segunda Cadena, que con el tiempo, llamaron “La Dos”, porque a la otra la llamaron “La Uno” y luego, en una corrección a caballo entre lo publicitario y lo gramatical “La Primera”. Más tarde, vinieron las privadas y ahí empezó el lío, porque enseguida aparecieron las autonómicas, las codificadas, las de satélite, las de los adivinos, las porno y ahora la TDT que nadie había pedido y que nos han dado a todos. Ahora, además, tenemos HD en TDT. Yo antes podía echar un vistazo a la programación en un par de minutos; ahora necesito, al menos, media hora para hacer una estimación somera de lo que hay en antena en los más de sesenta canales que recibo en mi hipercomunicado hogar. Es decir, que todo estaba mejor cuando teníamos una oligotelecracia que podíamos evitar fácilmente: en un par de minutos llegábamos a la conclusión de que no había nada que mereciera la pena y, o bien apagábamos el televisor, o bien nos resignábamos a dormitar ante el tubo (antes eran de tubo). Todos éramos homotelevidentes, es decir que veíamos la misma televisión (no es que tuviéramos inclinaciones perversas con las antenas del receptor), lo que permitía tener referencias comunes con los demás y sin embargo ahora nos hemos convertido en aburridos heteroespectadores que no saben a cuál de las ínfimas y pésimas ofertas tedeteras deben hacer caso y que al día siguiente se dan cuenta de que no han visto la serie que todo el mundo comenta porque estabamos perdidos contemplando otro canal. Es decir que para alcanzar la dicha y vivir retirado y alejado de los poderosos, antes tardábamos dos minutos en abandonar su palacio, que es la televisión, y ahora tardamos treinta, o sea que nuestra vida está a punto de convertirse en una tedeteduría (o lugar donde solo hay TDT) . Propongo que formemos brigadas de tedetecidas capaces de no enchufar la TDT en varios días. O bien, exijamos la vuelta al sistema anterior: convirtámonos en retrotelevidentes y retrocedamos al momento previo al histórico error de la multiplicación de los canales y los anuncios: Exijamos que solo haya una televisión pública, en la que se verían gratis todos los partidos de fútbol (no habría competencia y la Liga no tendría a quien venderle los partidos) y en la que no hubiera publicidad (así todo sería más barato porque los anunciantes no tendrían que gastarse enormes cantidades de dinero en anunciar sus productos y así podrían venderlos más baratos). Hay que reconocer que todo serían ventajas si solo tuviéramos dos canales de televisión públicos, como teníamos antes. Mientras llegamos a este estado de cosas, escuchemos el Beatus Ille de Alonso Mudarra que ya tuvo problemas parecidos a los que ahora nos ocasiona la TDT, pero hace unos cuantos siglos, y es que ya sea a través de los manuscritos o de las tecnologías digitales, el problema no son los medios, querido MacLuhan, sino los poderosos que los controlan, como dijo Horacio, que es el que verdaderamente sabe de TDT.
La isla en la colina 